viernes, 16 de octubre de 2015

El huevo de Iguanodon (Robert Duncan Milne) (II)

El huevo de Iguanodon
Un monstruo primigenio liberado ahora en la selva de Nueva Guinea

Robert Duncan Milne
Traducción de Charlie Charmer

Parte II


Resumen de lo publicado: El capitán Sebright narra a sus interlocutores su naufragio en Nueva Guinea, donde fue acogido por una tribu de papúes. (Puedes leer la Parte I del relato aquí).


    Bueno, caballeros, tras alrededor de un mes o así comenzamos a entender una miaja su jerga. El señor Ince, pese a ser un hombre educao, por lo que podrían pensar que la hablaría en seguida, fue el último de tos. Me las arreglé pa’ conocer la mayoría de las palabras relacionás con la manduca bastante rápido, y “¿Cómo está?" y “Adiós" y ese tipo de palabras; pero Ben Baxter, que era el crío-adulto más ignorante que jamás navegara frente a un mástil, y nunca sabía na’, y no era capaz de escribir su propio nombre, a pesar de que fue contramaestre, la aprendió por completo enseguida. Ben se hizo con la jerga a marchas acelerás, y siendo un hombre grande, de en torno a 1,95 m., calculo, y de complexión fuerte, le tenían miedo, y solían arrodillarse y besar sus pies; sin embargo, no vieron na’ en el señor Ince, que era un hombre pequeño y enfermizo. Bien, llevábamos allí como unas seis semanas, calculo, cuando Ben nos dijo una noche en la cabaña:

    "Chicos," dijo, "voy a casarme."

    "Sí", dije yo "Eso pensaba. Te he visto arreglarte pa’ esa india de amplia sonrisa con los volantes amarillos. Vas a hacerlo, ¿verdad? Bueno, os deseo suerte. Tal vez me quieras de padrino.”

    "Bueno, Ben," dijo el señor Ince, "supongo que tenemos que sacar lo mejor de esto. No hay señales de barcos a la vista, ni posibilidades de que aparezcan, hasta donde yo llego. Tengo intención de encontrar un paso hacia el Sur entre las laderas cuando la temporada de lluvias acabe, y pensé que vendrías con nosotros, pero si te casas aquí tendremos que ir sin ti", y el señor Ince tosió, y me di cuenta por la tos de que no iba no iba a encontrar jamás ningún paso hacia el Sur entre las laderas en este mundo, porque tenía una tuberculosis avanzada, aunque él no lo sabía.

    "Bueno", dijo Ben, "no estaba al tanto deso, señor. No es un matrimonio oficial por un sacerdote, sabe, y yo no sé si debe preocupar que ese tipo de matrimonios sea vinculante."

    "No deberías mirarlo bajo esa óptica, Ben", dijo el señor Ince –que era bastante religioso- "Si la ceremonia se celebró conforme a las costumbres de la gente con la que estás viviendo, es tu deber acatar el contrato".

    "Bueno", dijo Ben rascándose la cabeza confundío, "Supongo que si ese es el caso, yo soy el peor mormón de los Mares del Sur; pero el que no tié perro, montea con gato, en cualquier caso".

    Así que a la mañana siguiente mañana, por supuesto, Ben estaba casao, y les contaré cómo fue la cosa. No hubo ceremonia de la que hablar, tan sólo Ben y la indígena permanecieron uno frente a otro, y uno de los ancianos –después me enteré de que era una especie sumo sacerdote- tomó un plátano y lo frió, y dio un extremo a Ben y el otro a la indígena, y luego lo partió en dos por la mitad, y cada uno se comió su peazo, y tras eso se les consideró tan firmemente casaos como cualquier párroco en el mundo podría haberlo hecho. Y ahora, caballeros, no vayan a pensar que los salvajes no eran tan virtuosos como los blancos, porque yo les digo que lo eran. Cada hombre tenía una sola esposa, y siendo su esposa no podía divorciarse de ella. Cada pareja ocupaba una choza, y los pequeños negritos estaban fuera, entre la arena. Como he dicho antes, fue el 23 de octubre cuando encallamos, y Ben Baxter se casó el tres de diciembre.

    "Pero, capitán," interrumpí, algo cansado de la inconexa historia y observando a W___ sofocar un bostezo, "¿que tiene que ver el matrimonio de Ben Baxter con el monstruo para hablarnos del cual nos pidió venir aquí?"

    "Absolutamente todo", respondió el capitán, agitado, "Si no hubiera sío por el matrimonio de Ben Baxter no habría una gran bestia ahora rondando los pantanos papúes".

    Esta observación paralizó mis objeciones en cuanto a la relevancia de la historia, y con una idea algo vaga de que el capitán estaba en realidad encaminándose hacia alguna conclusión por pasos que eran necesarios para la inteligibilidad de su narración, determiné esperar pacientemente.

    "Verán", continuó el capitán, "la indígena con la que Ben se casó era la hija del jefe, y gracias a ese matrimonio Ben se hizo más grande y popular que nunca. Verán, podía tirar a los salvajes luchando, patearlos y golpearlos al jugar a pelearse, y le convirtieron en una especie de dios. Ahora, debo decirles que los salvajes no tenían idea alguna acerca de un ser supremo, y no les preocupaba en absoluto ningún tipo de culto hacia na’ que no pudieran ver, pero veneraban a Ben Baxter, porque le respetaban, era algo que tenían ante sus ojos.

    Bien, llegó mediaos de diciembre, cuando la gente del pueblo comienza a hacer grandes preparativos pa’ una especie de fiesta, ya que podía verles llevando y preparando toa clase de manduca, y pintándose, y toa la tribu de salvajes vino desde el campo, tal vez ochocientos o mil en total. Corrían en toas direcciones, golpeaban tambores y entrechocaban platillos, hasta que tos nos preguntamos qué iba a suceder. Ben se había ido a otra choza pa’ vivir con su esposa, y yo y el señor Ince nos habíamos quedao solos. La tos del señor Ince empeoró y el quince de diciembre (porque anotábamos los días con muescas en un palo) falleció, y Ben Baxter y yo cavamos una fosa, y lo enrollamos en esteras de cocotero y lo metimos dentro, mientras los salvajes permanecían alrededor observando; y cuando arrojamos las paladas de arena sobre él Ben Baxer lloró y entonces tos esos salvajes empezaron a lloriquear como críos, y nunca oirán semejante alboroto en toa su vida. Y antes de morir el señor Ince dio a Ben Baxter su insignia y su anillo, y a mí me dio su reloj y su cuaderno, pues dijo que no tenía parientes vivos en el mundo que él supiera. Y aquí hay un fragmento de escritura que ustedes, caballeros, entenderán mejor que yo, en relación con el país en el que naufragamos. Está un poco roto, pero tal vez puedan extraer algunos hechos de él”, y el capitán nos entregó una hoja de papel escrito a lápiz con una letra diminuta, en parte indescifrable por el tiempo y el desgaste.

    W___ tomó el manuscrito, se puso las gafas, y después de examinarlo con atención por un minuto o dos, lo leyó como sigue:

Zamia spiralis. Elementos de Geología (6ª Ed. 1867, Charles Lyell)

    "23 de octubre de 1865__Bergantín Mary Chester, capitán William Ayres; Wellinghton a Singapur, carbón; a pique frente al cabo Rodney; todos desaparecidos, excepto yo mismo, Baxter, contramaestre, y Sebright, marinero. 24 de octubre-tomamos tierra, indígenas amables e inofensivos; hecho cuadrante; tomada latitud a partir de datos conocidos y longitud conocida con aproximación-7º 30 'S 45 ° 30' E, dando al Norte la costa de la ensenada de la bahía de Papua (…) -aquí MS se vuelve indescifrable- formaciones geológicas peculiares; afloramientos en la superficie del período Jurásico; rocas de tiza, lias [1] y oolitos de menor calidad, arcillas laminadas azuladas y grisáceas; acantilados listados con bandas características; margas arenosas y calizas arcillosas; un lecho ferruginoso por todas partes; (…) coniferas, araucarias; cícadas abundantes, pterophyllum y crossozamia [2], también plantas endógenas; Zamia spiralis [3] -piña australiana- (…), univalvos tanto herbívoros como carnívoros, lapas y caracoles de mar, estrellas de mar, lirios de mar, esponjas, corales (…) lechos interiores con fósiles jurásicos; montículos completos de huesos de gigantescos reptiles deinosaurios [4]; particularmente Ichtyosaurus [5] e Iguanodon; fémures de los últimos de más de tres metros por (…) la misma vegetación y formación geológica que en el periodo Jurásico; región más que reseñable; muy digna de investigación científica. (…) 3 de diciembre-Baxter se casó hoy con una nativa; intentaré alcanzar el Cabo Rodney cuando la estación lluviosa termine. Toso y estoy muy débil (…)"

    "No puedo sacar nada más de este manuscrito", dijo W__; "El resto está o bien rasgado o bien borroso. Lo que he leído, sin embargo, me convence de que el escritor había observado cuidadosamente las características naturales del país al que había sido arrojado, y que éstas están fuertemente relacionadas con las que sabemos que existieron en el período Jurásico. Extraño", reflexionó, "que tal región pueda existir desconocida por el mundo científico. Vaya, la inspección por una comisión gubernamental sería bien recompensada. Extraño, también, que debiera estar en el prácticamente único punto de la Tierra que sigue siendo una terra incognita, más incluso que el interior de África o el continente Antártico. Y el hecho de que sepamos que Australia posee numerosos representantes vivos del período secundario, tanto en los reinos vegetal y animal, como la araucaria, el pandanus y ciertas clases de mariscos, me lleva a inferir que la isla de Papúa, situada en el mismo cuadrante de la Tierra, pero más tropical, puede poseer características zoológicas similares o aún más marcadas. Debo confesar que las notas un tanto dispersas que acabo de leer me han transmitido un nuevo interés por la narración del capitán Sebright. Con su permiso, tendría mucho gusto en trasladarlas al conocimiento de la Academia de Ciencias en nuestra próxima reunión. Por favor, continúe Capitán Sebright. Soy todo expectación por el desenlace [6] de su historia.”

    Yo estaba secretamente complacido por el giro que habían tomado los acontecimientos, y porque, después de todo, mi reputación de crédulo, como es deducible de esta visita, disminuiría sustancialmente a la luz del aval de una autoridad científica indubitable como W__.

    "Creo que les dejé, caballeros, cuando estábamos enterrando al señor Ince en la arena", continuó el capitán, cuando W__ terminó de hablar; "Eso sucedió el quince de diciembre, el mismo día de su muerte, ya que no habría sío práctico mantener el cadáver más tiempo en ese cálido clima. Bien, las preparaciones de las que les estaba hablando continuaron hasta el veintiuno de diciembre, que como saben, es el día más largo del año al Sur del Ecuador. Pero aquel día por la mañana me di cuenta de que algo inusual iba a suceder, y me mantuve alerta, porque podía verme envuelto en algo por no haber estao atento, pues les digo que no hay que confiar en los salvajes cuando llega la celebración, aunque sean bastante racionales en épocas normales. Como una hora después de la salida del sol, el sumo sacerdote salió de su choza y fue ande estaban la mayoría de los negros, gritando y golpeando sus tambores y cosas, y les hizo un corto discurso, y les hizo formar como en una procesión, con doce o quince chicas jóvenes al frente, y entonces tol grupo comenzó a marchar hacia donde había una gran arboleda de cocoteros, y naranjos, y arces, a unos cuatrocientos metros de distancia. Ahora debo decirles que yo, y Ben Baxter, y el señor Ince siempre habíamos tenío curiosidad por ver lo que había en aquella arboleda, porque estaba custodiá día y noche, tol año, por una patrulla de salvajes armaos, pero nunca permitían a ninguno de nosotros pasar del exterior; y una vez cuando Ben Baxter se ofreció a ir a través de los árboles se mostraron realmente belicosos, y Ben estaba tan sorprendío que llegó a la conclusión de que no le importaba ir en absoluto. Tras aquello tos estuvimos preguntándonos y descurriendo qué tipo de secreto habría en aquella arboleda; pero, hasta donde pudimos ver, nunca entró en ella ni uno solo de los salvajes -ni siquiera los guardias que estaban afuera. Bueno, caballeros, cuando la procesión comenzó a formarse, y marcharon en dirección a la arboleda, Ben estaba junto a mí, y dijo:

Mujeres hanuabada. Papua or British New Guinea (J.H.P. Murray, 1912)

    "Jim,” dijo, "voy a seguir a los negros. Puedo ver que van a hacer algo en el interior de la arboleda, y que me aspen si no me entero de lo que es". Y yo le dije: "No lo hagas, Ben, si no lo desean, porque na’ bueno puede salir de contradecirles."

    Pero Ben no me hizo caso, sino que fue y se les unió, yendo de la mano con su esposa, y como no quería quedarme atrás solo, seguí la marcha algo retirao. Cuando llegamos a la arboleda, el sumo sacerdote –un viejo, pintao pa’ hacerle parecer un diablo- llamó a un montón de negros grandes y fuertes, y empujaron a las jóvenes que caminaban al frente al bosque entre los árboles. Y después de que las metieran allí las niñas chillaban, y gritaban, y se arrojaron de rodillas, y lloraron tanto como pa’ partirle el corazón a cualquiera; pero los negros las golpeaban, y las hacían rodar, y las empujaban con sus porras y la punta de sus lanzas, y el resto de la multitud permaneció gritando, y golpeando sus tambores, como si el infierno se hubiera desatao.

    Bueno, caballeros, por supuesto que no me gustaba ver cómo sucedía este asunto, pero ¿qué podía hacer? Diantre, si yo hubiera hecho un movimiento pa’ hacer na’ me habrían hecho picadillo enseguida. En uno o dos minutos llevaron y empujaron a toas las muchachas dentro del bosque, y como un montón de salvajes hacían guardia afuera, por supuesto no pudimos ver na’ más, aunque los chillíos y gritos continuaron peor que nunca. En eso de un cuarto de hora los chillíos cesaron, y tras un minuto o dos el sacerdote y los salvajes salieron, y pude ver sangre en sus manos y sus piernas, como si hubieran estao descuartizando ovejas. Entonces tos regresaron a la aldea, excepto los guardias que estaban siempre en el bosque, y hubo festejos, y cánticos, y danza, hasta por la mañana. No quise unirme, después de lo que había visto, y simplemente me tumbé en mi cabaña a pensar en abandonar aquel maldito lugar y marcharme como fuera, cuando Ben Baxter entró en la cabaña, y me dijo:

    "Jim", dijo, "entre tú y yo, han sacrificao a toas las muchachas que llevaron a la arboleda hoy. Ahora, tan seguro como que mi nombre es Ben Baxter, que voy a ver qué hay en la arboleda, y si es un ídolo, como supongo que lo es, voy a aplastar la maldita cosa, y a poner fin a sus procedimientos de una vez por todas".

    "Bueno, Ben", dije, porque vi que tenía la idea fija en su mente, y que era inútil llevarle la contraria, “ten cuidao y no asumas más riesgos de los necesarios. Mas si te sientes obligao a ir, diantre, estoy contigo. Lo mismo da ser asesinao de golpe o continuar en este agujero infernal".

    Así que, cuando llegó la oscuridad, y tos los salvajes estaban festejando y cantando, yo y Ben nos deslizamos con sigilo fuera de la choza y nos dirigimos a la arboleda. Ahora, debo decirles que este bosque cubre unos cuatro acres de terreno, y a espaldas de la cara norte se encontraba el acantilao más raro que se haya visto jamás. Tenía unos sesenta metros de altura, y el borde se inclinaba sobre el bosque de modo que el sol nunca lucía sobre los árboles que estaban a sotavento, ni siquiera en el día más largo cuando estaba al Sur del Ecuador. Yo y Ben describimos una especie de círculo alrededor del bosque pa’ no dejar que los guardias nos vieran llegar, y entonces serpenteamos por el fondo del acantilao hasta que llegamos a los árboles. Supongo que los guardias pensaron, tal vez, que no era necesario hacer la ronda al frío cuando había diversión en el pueblo. De toas formas, yo y Ben nos arrastramos adentro, y una vez al amparo de los árboles supimos que estábamos bien, suponiendo que no hubiéramos hecho ningún ruido pa’ atraer su atención. Bien, nos arrastramos a lo largo por la hierba hasta que llegamos a un claro en el centro, como de un cuarto de acre, por lo que pude juzgar, y en medio de aquel sitio había un montículo de arena de unos seis metros de alto. Había comenzao a asomar media luna por el Este, y caminamos hasta el montículo, y ¿qué creen que vimos? Como que estoy vivo, los cuerpos de toas las muchachas que fueron conducías hasta el bosque por la mañana yacían descuartizaos, degollaos, alrededor y por todo aquel montículo, y la arena estaba roja de la sangre de las infelices. Como cinco o seis buitres agitaban sus alas perezosos echando a volar sobre los árboles según nos acercábamos, y como estábamos asustaos por el descubrimiento regresamos entre los árboles en un santiamén, y esperamos.

(Continuará...)

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[1] Estratos del suelo inglés, Mar del Norte, Países Bajos y Norte de Alemania (que el autor traslada a Nueva Zelanda) del Triásico al Jurásico Inferior, compuestos por calizas marinas, esquistos, margas y arcilla.
[2] Dos tipos de cícadas.
[3] Sinónimo de la cícada Macrozamia spiralis. Véase ilustración.
[4] Milne emplea aún el diptongo inicial la raíz griega δεινός. Este arcaismo es común en la literatura de todo el siglo XIX (el propio Darwin es un buen ejemplo) e incluso a comienzos del siglo XX.
[5] Hoy sabemos que el ictiosaurio no es un dinosaurio, sino un gran lagarto marino.
[6] En francés en el original. Se ha optado por traducir al castellano dénoûment, por no ser un galicismo habitual en nuestro idioma.

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